martes, 24 de septiembre de 2019

RELOJES Y AERONÁUTICA

Doy la bienvenida a uno de los mejores historiadores de la aeronáutica militar española, Carlos Lazaro, al cual deseo se convierta en un asiduo de este blog.


Por C. Lázaro Ávila

            A partir de la aparición de las aeronaves más pesadas que el aire, se fue haciendo cada vez más necesario el control del tiempo para saber distancias, tiempo de vuelo y reserva de combustible o el haber culminado un nuevo record. En la época de la aerostación, Alberto Santos Dumont intentó en 1901 conseguir el Premio Deutsch (dotado con 100.000 francos) que se otorgaría a aquella aeronave que a quien partiese del parque Saint Cloud y sin ningún tipo de auxilio en tierra, rodease la torre Eiffel regresara al mismo punto inicial en no más de 30 minutos. En el trayecto el aeronauta brasileño se desesperó porque no podía dejar los mandos de su Dirigible nº 5 para poder mirar el reloj que, acorde a la moda de la época, llevaba en un bolsillo de su chaleco. Después de haber obtenido el premio, Santos Dumont comentó con su amigo Louis-François Cartier, fundador de la relojera parisina, el problema de soltar un mando de la aeronave para consultar el reloj. Por ello, Cartier decidió diseñar un reloj que se atara a la muñeca para poder ser leído en un solo golpe de vista. La genial idea del relojero parisino alumbró el que sería el primer reloj para piloto de la historia y que Santos Dumont lució en el resto de exhibiciones aéreas que protagonizó[i].

Diseño original del reloj que Cartier fabricó para Santos Dumont (www.tuttipazziperlabore.com)


A principios del siglo XX, el reloj de muñeca se fue introduciendo poco a poco entre los aviadores españoles. Hay que recordar que lo que hoy es un objeto muy común (incluso en proceso de declive por el empleo del teléfono móvil que ya contiene la hora) en aquella época era un objeto caro y portarlo (en el bolsillo del chaleco o en la muñeca) era símbolo de distinción. En este sentido, regalar un reloj a un aviador también encerraba un carácter singular, tal y como les ocurrió a los miembros de la Segunda Promoción de Pilotos militares españoles que obtuvieron su título en 1913 en el aeródromo de Cuatro Vientos: los capitanes (y hermanos) Alfonso y Celestino Bayo Lucía (de Estado Mayor e Infantería, respectivamente), el teniente de Infantería Julio Ríos Angüeso, el teniente de Intendencia Carlos Alonso Llera, el teniente de Ingenieros Emilio Jiménez Millas y los tenientes de Sanidad Militar Carlos Cortijo Ruiz del Castillo y Antonio Pérez Núñez.


Conseguir el título de piloto en esa etapa en la que nuestra aeronáutica daba sus primeros pasos no estaba exento de peligros por las consecuencias de los accidentes, volando como piloto u observador, siendo muchos de ellos mortales: Bayo pereció el 29 de junio de 1912 después de estrellarse en el MF nº 2), Cortijo falleció (a bordo del MF nº 16 el 27 de octubre de 1914) y Jiménez Millas (cuando hacía las pruebas para piloto de 1ª a bordo del Maurice Farman nº 23 el 15 de junio de 1917). Su compañero Ángel Martínez de Baños, por poner un ejemplo, salió indemne de la docena de incidentes en los que se vio involucrado con sus aparatos o volando junto a sus compañeros. Era una profesión peligrosa y el rey Alfonso XIII quiso reconocérselo regalándoles un reloj de bolsillo en el que llevaba grabadas sus iniciales[i].

Reloj obsequiado por el monarca a Antonio Pérez Núñez (Foto CLA y colección Familia Pérez Núñez).



A medida que transcurría el siglo, los relojes comenzaron a ser uno de los elementos del equipo del piloto así como del tablero del avión, aunque su funcionamiento dependía del celo en el mantenimiento por parte del personal especialista de tierra o la falta de repuestos por causas excepcionales, como en servicios de guerra. En la campaña de Marruecos a veces se volaba con instrumental averiado (como en el caso de indicadores de combustible o las imprescindibles brújulas de a bordo) y el reloj de muñeca del piloto asumía una función esencial. Durante la guerra civil, un reloj de muñeca aún seguía siendo un objeto personal relativamente poco extendido entre el resto de la población, pero su posesión era creciente entre los aviadores de uno y otro bando. Los tiempos de vuelo y la precisión en la realización de servicios y combates se volvieron cada más exigentes, dando lugar a que, como en el caso de los observadores de los Tupolev SB Katiuska, se adquirieran cronógrafos. 

Regalar un reloj a un piloto ya no sólo era un símbolo de distinción sino un objeto práctico para su profesión. Indalecio Prieto, Ministro de Marina y Aire de la República encargó a Marcelino Pascua que comprara en Helsinki (Finlandia) una partida de relojes y cronógrafos para obsequiárselos a los instructores de la Escuela de Aviación de Kirovabad en agradecimiento por su dedicación en la formación de la Primera Promoción de Pilotos que viajaron a la URSS[i]. Ya en plena batalla del Ebro, la jefatura de la Escuadra de Caza insistió mucho en el control de los tiempos de vuelo y combate sobre el frente para evitar pérdidas de aviones o averías por falta de combustible. De hecho, cuando un piloto ascendía a jefe de escuadrilla se le entregaba un reloj de regalo, pero fue un obsequio muy excepcional. De hecho, durante el mando de la Escuadra por parte de Andrés García Lacalle, los aviadores de caza emplearon esta concesión de relojes para mofarse de aquellos compañeros que se arriesgaban demasiado en el combate o mostraban su arribismo con el mando (¿Quieres que el jefe de la Escuadra te regale un reloj?)[ii].

Anécdotas aparte, hoy en día, pese a la compleja tecnología que rodea la navegación aérea, ningún piloto renuncia a exhibir en su muñeca un reloj exclusivo; tan exclusivo como el que Cartier concibió para que un aeronauta brasileño pudiera surcar los cielos de Francia atento a los mandos de su aeronave.


Reloj de E. Vilatela Soria, jefe de la 1ª escuadrilla del Grupo 21 (Polikarpov I-16) (Foto Colección Familia Vilatela Soria).





[i] Archivo Histórico Nacional. Diversos. Marcelino Pascua, 13. Expediente 2.

[ii] C. Lázaro Isidoro Giménez, maestro de pilotos. Edición del autor. Madrid, 2019: página 250.


[i] José Warleta Carrillo “Los Farman de los primeros años”.  Aeroplano 4. IHCA, 1986.


[i] N. Winters. Man flies. The story of Alberto Santos Dumont. Londres, 1997.


3 comentarios:

  1. Muy interesante como siempre Carlos. Gracias por mantener la historia aeronáutica al día.

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  2. Carlos Bourdón y Carlos Lázaro, buen binomio de amantes y tratantes de nuestra Historia aeronáutica que, por fuerza, han de deleitarnos con entradas de blog tan curiosas e interesantes como esta. Muchas gracias a ambos.

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  3. Muy interesante este artículo que nos trae al blog,nuestro buen amigo Carlos Lázaro. Un tema desconocido de la aviación civil y militar. Un abrazo para el autor.

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