lunes, 9 de septiembre de 2019

RECUERDOS DE UN OFICIAL DE IMEC-E.A.


Por Ángel Flores Alonso

La Instrucción Militar para la Formación de Oficiales y Suboficiales de Complemento en el Ejército del Aire (IMEC-EA) fue creada y regulada por O.M. 190/1972 de 21 de enero, (BOMA. nº 10). Era una modalidad de prestación del Servicio Militar a la que se aspiraba cumpliendo determinados requisitos, el principal ser titulado superior; era necesario también someterse a un reconocimiento médico, superar determinadas pruebas físicas (carreras de 100 y 1000 m, saltos de altura y longitud, natación 50 m y flexiones en barra y suelo) y finalmente pasar un examen psicotécnico. Quienes lograran el ingreso según la oportuna convocatoria, afrontaban una primera fase de formación en el centro que se determinara, tras la cual prestaba juramento de fidelidad a la Bandera y eran promovidos al empleo de Sargento Eventual, pasando a cumplir una segunda fase de prácticas. Ésta tenía a su vez otras dos fases: una de adaptación como Suboficiales y otra de servicio como Oficiales, previamente ascendidos al empleo de Alférez Eventual. A la finalización del IMEC-EA con el debido aprovechamiento se les concedía el empleo de Teniente y el ingreso en su correspondiente Escala de Complemento, pudiendo optar a reenganches anuales manteniéndose en servicio hasta un máximo de 8 años, en los que se podría ascender hasta el empleo de Comandante con ocasión de vacantes.

En mi caso particular, formé parte de la V Promoción de IMEC-EA regulada por O.M. 1476/1975 de 12 de junio, (BOMA. nº 73), que convocaba 200 plazas repartidas entre el Arma de Aviación (Escala de Tropas y Servicios) y los Cuerpos de Ingenieros Aeronáuticos, Jurídico, de Sanidad y Farmacia. Opté a una de las 128 plazas para el Arma y tuve suerte de superar las pruebas de selección, por lo que fui pasaportado para mi incorporación al Destacamento de Los Alcázares (Murcia) el 20 de octubre de aquel mismo año.


Grupo de alumnos en los Alcázares con el uniforme de “bonito” o paseo. (Archivo Ángel Flores Alonso).


En esa histórica base de hidros transcurrió mi periodo de formación que duró dos meses. Era por entonces un destacamento de la cercana Academia General del Aire (San Javier) y no tenía más dotación que la de servicio interno (vigilancia y mantenimiento), siendo los alumnos de IMEC-EA los únicos usuarios de aquellas instalaciones con tanta solera. En días lectivos, nuestra jornada se desarrollaba de 7:00 a 23:00 h; teníamos tiempo para el estudio, las clases, la instrucción en orden cerrado y los deportes, que eran lo principal de nuestra preparación, completándose el horario con actividades propias de vida, ocio y descanso. Nos imponían régimen académico y nuestras materias de estudio eran un compendio abreviado de las impartidas en la AGA, excepción hecha de las de aptitud de vuelo por no contemplarse tal especialización para nosotros (eso solo ocurrió en tiempos de la Milicia Aérea Universitaria).


Junto a varios compañeros con el uniforme de instrucción o aeródromo en el interior de la escuadrilla. (Archivo Ángel Flores Alonso).

Recuerdo con añoranza el excelente clima que disfrutamos aquellos dos meses, casi prolongación del verano; la delicia de los baños en el Mar Menor; la tranquilidad reinante a todas horas; la magnífica forma física que nos deparó aquella vida ordenada, activa corporal y mentalmente y tan exigente como sana para nuestras personas, y un hecho histórico que sucedió a mitad del periodo de formación: el fallecimiento del Generalísimo Francisco Franco, Jefe del Estado. Tan trascendental acontecimiento provocó la interrupción de la actividad académica durante una semana, que se tradujo en unas inesperadas vacaciones que pude disfrutar en Madrid.

Acabada mi fase de formación, prestado mi juramento de fidelidad a la Bandera y promovido al empleo de Sargento Eventual, volví destinado a Madrid, a la Agrupación de Unidades y Servicios nº 1 cuyo acuartelamiento se encontraba en la Av. De Portugal, frente a la Casa de Campo, acompañándome otros cuatro compañeros de promoción al mismo destino. Teníamos orden de incorporarnos el 1 de enero de 1976 y así lo hicimos puntualmente a las 8 de la mañana de aquella fría mañana de 1º de año; recuerdo como anécdota que nos recibió el Oficial de Guardia, uno de los pocos mandos presentes en el acuartelamiento en fecha tan festiva, un Subteniente al que los cinco tratamos de Alférez al saludarle marcialmente pues no sabíamos aún que también los Suboficiales hacían ese servicio.

Dentro de esta Agrupación se me encuadró en la 11ª Escuadrilla de Honores, unidad de mucho prestigio por su concurrencia a todos los actos representativos del EA en la 1ª Región Aérea. Atendía tanto a las formaciones protocolarias competencia del EA en esta demarcación como a misiones de seguridad y defensa que implicaran a la Jefatura regional y al acuartelamiento propio.


             Banderín de escuadrilla de la 11º Escuadrilla de Honores. (Archivo Ángel Flores Alonso).

La instrucción en orden cerrado y las formaciones protocolarias eran nuestro pan de cada día. Dice el Reglamento de Actos y Honores Militares que tal ceremonial lo han de cumplir unidades del ejército al que competa el ámbito donde suceda el evento, esto es para nosotros el aire. Y como entonces España se convertía en un país que se abría al mundo deseoso de conocer nuestra estrenada democracia, nuestros principales mandatarios no paraban de viajar por vía aérea o de recibir a dignatarios de otros países que venían por el mismo medio, y ahí estábamos siempre los de la 11ª Escuadrilla rindiendo honores y dando lucimiento a cada acto. El aeropuerto de Barajas era nuestra segunda casa y más que visitada, casi siempre bien temprano porque tales eventos solían ocurrir a primera hora del día. ¡Cuántos madrugones para llegar con suficiente margen de antelación y cuántas esperas haciendo tiempo en los autocares hasta consumir el mucho adelanto que siempre se tomaba nuestro jefe!


                        De Alférez eventual con el uniforme de gala. (Archivo Ángel Flores Alonso). 

Cuando no había formación protocolaria, lo obligado era la instrucción en orden cerrado para mantener a punto la marcialidad de nuestros soldados. Como el patio de armas de nuestro acuartelamiento era más bien reducido, nos desplazábamos a diario en autocares a la Escuela de Transmisiones sita en el área de la base de Cuatro Vientos, cuyas largas avenidas y amplia plaza de armas eran escenarios más adecuados para nuestras evoluciones de movimientos con armas y desfiles.
Se nutría la unidad de personal de Tropa de reemplazo, ya que por entonces tenía plena vigencia el Servicio Militar. Había cuatro llamamientos al año y cada trimestre llegaba una nueva remesa de voluntarios a cumplir su compromiso con la Patria. Aquellos novatos debían ser bien adiestrados y durante dos meses hacían su “reclutada”, periodo de formación intensiva a cargo de un cuadro de instructores nombrado al efecto, y ahí entrábamos siempre, al pleno, el personal de IMEC-EA destinado en la unidad, de modo que me tocaron una tras otra las reclutadas de los cuatro llamamientos llegados en el año que duró mi fase de prácticas, bien como Sargento o como Alférez Eventuales.
Sobre estas reclutadas he de decir en honor a la verdad que pocas tareas tan gratas pude desempeñar a lo largo de los 15 meses de prestación de mi Servicio Militar. Cuanto hacíamos los instructores por darles formación castrense a aquellas promociones de jóvenes que, provenientes de todas las clases sociales, originarios de las diferentes regiones españolas, convencidos o discrepantes de la utilidad de su prestación de servicio e imbuidos muchas veces de prejuicios contrarios a la milicia, se incorporaban a nuestro acuartelamiento para pasar un año en las filas del Ejército del Aire, era recibido inicialmente con ciertas reservas y poca entrega, pero poco a poco veías como en la mayoría calaban los signos de identidad castrense y cumplían disciplinadamente con todas sus obligaciones hasta acabar siendo buenos ejemplos de ciudadanos comprometidos con su Patria y portadores de esos valores fundamentales que dan consistencia a una nación. Y aunque era cierto que a lo largo de los doce meses se perdía algo de tiempo en tareas supletorias, también lo es que el ámbito militar necesitaba por entonces de ellas por falta de otro recurso que el humano para su propia subsistencia. En cualquier caso, nada es perfecto en este mundo y, con sus ventajas y defectos, el Servicio Militar era un eficaz filtro de paso de la juventud a la madurez para la mayoría de los varones españoles que cumplían con ese deber impuesto socialmente.


Agrupación de Unidades y Servicios Nº 1, Sección de Reclutas del Llamamiento Enero-76. (Archivo Ángel Flores Alonso).

Yo fui de los que al terminar mis 15 meses de pertenencia al IMEC-EA y ser ascendido a Teniente, pasando a integrarme en la Escala de Complemento de Tropas y Servicios del Arma de Aviación, sentí arraigar en mí una tardía vocación militar y solicité mi reenganche para continuar prestando servicio activo como tal Oficial. Las vicisitudes de la vida militar y los cambios que se fueron después produciendo en todo lo referente a la sociedad española, me permitirían completar toda una carrera profesional hasta mi pase a retiro en 2016 como Coronel del Cuerpo General del Ejército del Aire, Escala de Oficiales, tras 41 años de servicios prestados. Quizás cuente algo más de tanta y tan valiosa experiencia más adelante, en estas mismas páginas…

Fuentes: articulo elaborado por Ángel Flores Alonso, fotografías archivo del autor. 

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