Artículo realizado por Carlos Lázaro Ávila
La rica pero muy desconocida historia
aeronáutica española está salpicada de numerosas anécdotas que reflejan el día
a día de todos los hombres y mujeres que contribuyeron a su desarrollo. Hemos
recopilado en Relatos Aeronáuticos
Españoles un conjunto de episodios relacionados con diversas facetas
comunes de la aeronáutica (animales, amor, humor, indumentaria, honor, valor…)
y que abarcan desde 1896 a 1943. A continuación, presentamos un hecho
totalmente verídico sobre la experiencia de un salto en paracaídas de uno de
los aviadores más reputados de la aviación militar de preguerra.
El almeriense Alejandro Gómez Spencer fue uno
de los aviadores más completos de la Aviación Militar española de preguerra y
su pericia a los mandos de un aparato dio lugar a que se convirtiera en piloto
de pruebas de la empresa Construcciones Aeronáuticas S. A. (CASA) de Getafe. De
hecho, Spencer (como era conocido en el mundillo aeronáutico militar) fue el
piloto que el 9 de enero de 1923 tripuló el autogiro Cierva C.4 con el que el
ingeniero murciano Juan de la Cierva obtuvo la certificación de la viabilidad
de su novedoso invento: una aeronave que proporcionaba seguridad a los
tripulantes cuando caía a tierra después de que se produjera la pérdida de su
potencia motriz; años más tarde, el autogiro acabaría convirtiéndose en el
precedente del helicóptero.
Spencer sufrió algunos percances en los
aparatos que ensayaba obligándole a saltar en paracaídas para salvar su vida.
En el verano de 1930, una revista de divulgación aeronáutica se hizo eco de uno
de los afortunados saltos de Spencer. El 8 de julio, días después de haber
probado exitosamente el nuevo caza Hispano Nieuport 52 para la Aviación
Militar, este aviador andaluz probó un modelo de la avioneta CASA III de
acrobacia, una de las modalidades más solicitadas en los espectáculos aéreos de
la época. La CASA III iba a ser presentada al International Touring
Competition, certamen aéreo convocado por la Federación Aeronáutica
Internacional que iba a tener lugar ese mismo mes en Berlín.
Spencer partió a última hora de la tarde del
aeródromo que tenía la empresa en Getafe y al someter a la avioneta a
ejercicios acrobáticos a 400 metros de altura se le desprendió un plano y la
CASA III entró en barrena. En una de las vueltas Spencer salió despedido de la
carlinga del aparato, aprovechando para abrir el paracaídas y ponerse a salvo
cayendo cerca de un campo de fútbol cercano al Cerro de Los Ángeles de Getafe
partido rápidamente un coche ligero con un equipo de ayuda encabezado por el
aviador e ingeniero de CASA Luis Sousa Peco, que localizó al piloto rodeado de
los muchachos que estaban jugando al fútbol y que habían visto caer al avión y
a su tripulante. Cuando descendieron del coche encontraron a Spencer intentando
templar los nervios del accidente fumándose un pitillo y mientras que los
mecánicos de casa se dirigían a inspeccionar los restos de la avioneta que se
había destrozado en el impacto, con no menos nervios que Spencer, Sousa le
preguntó a bocajarro: Pero ¿qué has
hecho? Regresando a Getafe, el ingeniero le aclaró que el paracaídas que le
había salvado la vida a Spencer era uno ya dado de baja para el servicio pero
que, muy bien plegado, se había utilizado como relleno en el respaldo del
asiento de la CASA III, confiando en que Spencer emplearía su paracaídas
reglamentario…
Gracias a este y otros altos afortunados,
Spencer no solo salvó la vida sino que ingresó en un célebre grupo de
aviadores, el Caterpillar Club, oficiosa asociación creada por el canadiense L.
Irving fundador en 1922 de la empresa de paracaídas Airchute Company. Irving
empezó a conceder un simpático pin metálico en forma de gusano u oruga de seda
(en inglés, caterpillar) a todos aquellos pilotos que hubieran salvado la vida
empleado un paracaídas. El metafórico lema del Club era que la vida de un
aviador que abandonaba su aparato dependía de algo tan ligero, pero también tan
resistente, como los hilos producidos por un gusano de seda.
Certificado de pertenencia al
Caterpillar Club de Julio Alegría
Teniente Jesús María Alia Plana muestra el pin del gusano del Club bajo el rokiski
de Aviación (Cortesía S. L. Guillén).
Curiosamente, Spencer no le dio mucha trascendencia al primer vuelo del
autogiro, pero sí recordaba que Juan de la Cierva era muy quisquilloso en las
pruebas de su invento, llegando a arrodillarse en el suelo para comprobar los
saltos del autogiro C.4.